Durante mucho tiempo Alemania consideró su transición energética como de vanguardia, comparado con otros países occidentales industrializados. Los responsables de las políticas esperaban que el país pudiera garantizar su suministro energético a partir de fuentes renovables, de manera que resolvió eliminar por etapas su energía de carbón y nuclear al mismo tiempo. El cierre de las tres últimas de las 17 centrales nucleares de Alemania está planeado para este año.
Los políticos verdes en Alemania siempre pensaban que otros países emularían esta agenda energética una vez que descubrieran lo bien que estaba funcionando. Pero, a la luz de la guerra en Ucrania, el mundo en cambio es testigo del desastre en materia de políticas que ha generado la estrategia de Alemania.
Para amortiguar la eliminación simultánea de la energía de carbón y nuclear, y para achicar las brechas de suministro durante la larga transición hacia una energía renovable, Alemania decidió construir una gran cantidad adicional de plantas nucleares alimentadas a gas. Inclusive inmediatamente antes de que las fuerzas rusas invadieran Ucrania, los responsables de las políticas suponían que el gas para estas instalaciones siempre sería provisto por Rusia, que suministraba más de la mitad de las necesidades de Alemania.
Después de todo, Rusia había dado muestras de ser un proveedor confiable de materias primas para Alemania durante muchas crisis anteriores e inclusive durante el colapso de la Unión Soviética. Esperaba expandir sus suministros aún más una vez que empezara a operar el gasoducto Nord Stream 2 ahora suspendido –que habría transportado gas ruso directamente a Alemania a través del Mar Báltico.
Pero la guerra del presidente ruso, Vladimir Putin, minó estas especulaciones. La dependencia excesiva del gas ruso ahora se ha convertido en un riesgo para la seguridad de Alemania y de todo el mundo occidental. Le da a Putin el poder de poner de rodillas a la mayor economía de Europa, y al mismo tiempo limita las posibilidades de Occidente de imponer más sanciones a Rusia relacionadas con la energía.
La promesa de Alemania de abandonar la energía de carbón y nuclear, las fuentes de energía que precisamente le habrían dado un grado de autosuficiencia y autonomía, ha puesto al país en un grave peligro. No hace tanto tiempo, Alemania era el segundo productor de lignito más grande del mundo, después de China. Y fácilmente podría haber obtenido la pequeña cantidad de uranio necesaria para hacer funcionar sus centrales nucleares, y almacenarlo en el país durante muchos años.
Los Verdes comprometidos sostienen que la eliminación por etapas simultánea no habría sido un problema si Alemania hubiera avanzado firmemente con el desarrollo de energía eólica y solar para lograr una autonomía energética verde. En todo caso, dicen, la necesidad de garantizar la seguridad energética es un argumento a favor, no en contra, de la estrategia basada en renovables de Alemania.
Esta visión es debatible. A pesar del hecho de que las turbinas y los paneles fotovoltaicos ahora salpican gran parte del paisaje, en 2021 el porcentaje de energía eólica y solar en el consumo final y total de energía de Alemania, que incluye calefacción, procesamiento industrial y tráfico, representaba un magro 6,7%. Y si bien la energía eólica y solar generó el 29% de la producción de electricidad del país, la electricidad en sí misma representó sólo una quinta parte aproximadamente de su consumo de energía final. Alemania no habría estado ni cerca de alcanzar una autonomía energética aún si el sector de los renovables se hubiera expandido al doble de la velocidad en que lo hizo.
El argumento Verde también pasa por alto el hecho de que la escalada planificada de suministro de energía eólica y solar siempre debe estar complementada por una producción de electricidad convencional ajustable, dado que las soluciones de almacenamiento son difíciles y extremadamente costosas. Esta electricidad alimenta la red cuando el viento y el sol no producen suficiente energía y puede garantizar que la economía no se vea alterada durante un período prolongado de sosiego del viento y del sol.
En otras palabras, la energía verde no puede en verdad poner fin a la dependencia de Alemania de las importaciones de gas después de la eliminación gradual en tándem. El único camino de neutralidad climática de Alemania para una autosuficiencia energética le exigiría invertir nuevamente en energía nuclear.
Inclusive aquellos en Alemania que son más optimistas respecto del potencial de la energía eólica y solar deberían admitir que, en el corto plazo, poner fin a las importaciones de gas ruso en un esfuerzo por apretar a Putin también sofocaría a la economía alemana. Es sencillamente imposible que Alemania importe el gas natural necesario de otras fuentes lo suficientemente rápido. No hay un exceso de oferta en el mercado europeo, y otros países, entre ellos Italia y Austria, están en una situación muy similar, si no peor. Alemania no tiene terminales de gas natural licuado y las instalaciones de GNL en otras partes de Europa carecen de la capacidad necesaria para sustituir los suministros rusos. Es más, la capacidad de los gasoductos intra-europeos existentes es demasiado baja.
Si Alemania de repente interrumpiera las importaciones de gas ruso, los sistemas de calefacción residenciales a base de gas –de los que depende la mitad de la población alemana, aproximadamente 40 millones de personas- y los procesos industriales que dependen profusamente de las importaciones de gas empezarían a fallar antes de que esté disponible la energía de reemplazo. Sería improbable que el gobierno pudiera sobrevivir al caos económico, a la agitación púbica y a la indignación resultantes si faltara el gas o si los costos de la calefacción aumentaran drásticamente. De hecho, la probable magnitud de la alteración doméstica pondría en cuestionamiento la cohesión de la respuesta occidental a la guerra de Ucrania.
Recién en el más largo plazo, digamos entre 3 y 5 años, las terminales de GNL alemanas podrían sustituir los suministros rusos con gas de otras partes del mundo. Pero para entonces, Rusia estará construyendo nuevos gasoductos hacia China, India y otros países asiáticos que comprarían y quemarían ávidamente el gas que libera Alemania.
En consecuencia, tanto en el corto como en el largo plazo, Occidente no podrá dificultarle las cosas a Rusia cerrando los gasoductos sin verse a sí mismo igual de perjudicado.
Hans-Werner Sinn, Professor Emeritus of Economics at the University of Munich, is a former president of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry’s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs (Oxford University Press, 2014).